Está a la vuelta de la esquina. De hecho, todavía no terminó. Lo cierto es que, como casi todos los quiebres para la humanidad, los primeros meses de la pandemia operaron como disparadores creativos para artistas de todas las disciplinas. El universo audiovisual, desde ya, no fue la excepción. Como si fuera una forma de lidiar con el temor, la incertidumbre y los tiempos laxos generados por los aislamientos sociales, decenas (¿centenas? ¿millares?) de realizadores se enfrascaron en la misión de filmar, puertas adentro del hogar y con los recursos que había a mano, documentales y ficciones de todo tipo. Si los primeros se caracterizaron mayormente por su carácter introspectivo, de ensayo personal y reflexivo, las segundas ensayaron maniobras distintas, ya sea adecuando sus relatos al imprevisto pandémico o generando historias cuyo desarrollo orbita alrededor de las vivencias (extra)ordinarias de aquellos meses aciagos. En este último grupo se inscribe La edad media, que luego de su paso por el Festival de Berlín llega esta semana a la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín. Sus directores y protagonistas son Luciana Acuña y Alejo Moguillansky, este último una de las patas sobre las que descansa la productora El pampero, misma usina creativa de donde salió otra película pandémica como Clementina, con Agustín Mendilaharzu y Constanza Feldman a cargo de la realización y los roles centrales. Las similitudes entre ambas van más allá de haber sido concebidas bajo el mismo techo. Se trata, a fin de cuentas, de dos parejas en la vida real interpretando versiones levemente distorsionadas de sí mismas y envueltas en una trama sin grandes picos dramáticos, disparada por las rispideces de la convivencia forzada y desarrollada íntegramente dentro de sus casas. Tienen también el mismo problema: el anclaje a una coyuntura extraordinaria, difícilmente repetible, que hace que, ante un presente tan distinto en términos sanitarios, algunos tópicos y situaciones empiecen a lucir oxidadas.