La huérfana fue, trece años atrás, una sorpresa en una cartelera comercial ya entonces acostumbrada a adocenar películas de terror muy parecidas entre sí. Pero Jaume Collet-Serra – que luego se asociaría con el duro de Liam Neeson en Desconocido (2011), Non-Stop (2014), Una noche para sobrevivir (2015) y El pasajero (2018)– fue por un camino distinto, cediendo el tiempo habitual de los sustos efectistas (que los había) a la construcción de personajes creíbles y empáticos. Incluso la huérfana del título asomaba querible, hasta que empezaba a arrojar pistas de que lo suyo era, en realidad, llevar la idea del Mal más allá de lo imaginable. Imposible no pensar en la llegada de una nueva entrega como un intento de sacar algunas leñas más del árbol caído. Más aún cuando La huérfana no había dejado bordes narrativos con filo para habilitar esa posibilidad, lo que obligó a los guionistas a recurrir a la inédita idea de hurgar en el pasado de la maquiavélica Esther. Algo de carroña hay en La huérfana: El origen, pero también hay –y aquí la buena nueva– un bienvenido intento por dejar volar la imaginación a la hora crear ese pasado.