Arturo no logra poner en marcha su vida, aún sigue preso en la dinámica familiar, y vive sus relaciones de amistad y sentimentales como si estuviera atrapado dentro de un capítulo de Pelito o de Verano del 98. Como en su debut, Shanly vuelve a mostrar un manejo del humor extraordinario, convirtiendo a su personaje, interpretado por él mismo, en una suerte de alter ego que recuerda a los trabajos de Woody Allen en sus propias películas. Otra virtud que el director confirma es su capacidad para retratar de forma impiadosa a su propia clase, la alta, riéndose de los aspectos más banales de la vida de los sectores acomodados. Un gesto que se percibe como parte de un espíritu crítico más que como una expresión de burla. Por su parte, Los terrenos, último trabajo de Verónica Chen, resulta la aproximación más clara al cine de género dentro de la competencia. Se trata de un thriller oscuro, más bien clásico en su línea narrativa, pero que se permite algunos experimentos formales que buscan enrarecer el clima. Una mujer joven, esposa de un empresario, quiere comprar un terreno con salida a la playa en un pueblito costero en Uruguay, donde su marido tiene algunos negocios. Pero su relación con un desagradable agente inmobiliario la colocará en un inesperado lugar de peligro. Guiada por el espíritu de films como Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971), y apoyada en los trabajos de Azul Fernández y César Troncoso, Chen transmite la tensión de una historia a la que, sin embargo, los juegos visuales distienden en lugar de terminar de ajustar la soga en el cuello del espectador.