Un deslumbrante travelling inicial que recorre pasillos, atraviesa paredes, viaja de una casa a otra y termina saliendo al exterior, donde se aprecian signos de un estado de caos, y una mayúscula licencia dramática final, obligan a bajarle un puntito a Virus-32, magnífico relato de terror del uruguayo Gustavo Hernández. En el caso del titánico travelling, porque su única justificación es presentar una serie de personajes, de los cuales sólo dos harán parte de la historia. El cine de género de la otra orilla halló el modo de hacer del máximo minimalismo espacial el trampolín para narrar el encierro, y por lo tanto el terror concentrado y sin salida. El que marcó la tendencia fue el propio Hernández con La casa muda (2010), donde una mujer aislada se veía acosada por presencias que no eran de este mundo, a las que el realizador mantenía obstinadamente fuera de campo. Lo siguieron los realizadores y guionistas Fede Álvarez y Rodo Sayagues, alternándose en esos roles en las muy buenas No respires (2016) y secuela (2021). Ahora Hernández vuelve a lograrlo, en el doble rol de director y coescritor, en esta paráfrasis de La casa muda, más poblada y física que la anterior pero igualmente encerrada.