Restaurada en 2016 y presentada en la apertura de Cannes Classics en el 50 aniversario de su estreno, Masculin Féminin representa una suerte de nuevo punto de partida en la filmografía de Godard, que venía del éxito fulgurante de Pierrot le fou (1965), al que de alguna manera parece darle la espalda. Abandona los espacios abiertos y los radiantes colores primarios y vuelve a un blanco y negro grisáceo, eminentemente urbano. Y desaparece de su cine Anna Karina, la actriz de quien acababa de divorciarse y con quien se lo había asociado hasta entonces, al punto de que la primera parte de su obra se la conoce como “Les années Karina”. Lo que permanece intacto en Masculino femenino es eso que el poeta Louis Aragon ya había definido en Godard como el “arte del collage” y que nunca abandonaría: la interacción de textos, imágenes y sonidos que no pretenden llevar adelante un relato a la manera de una novela decimonónica sino por el contrario subvertir ese modelo narrativo para buscar uno nuevo –fragmentario, digresivo, violento-, acorde al espíritu de su tiempo. En este sentido, y en muchos otros también, Masculino femenino puede verse como un film documental. Un documental que deja testimonio de la época y el lugar en el que fue rodado, de la juventud parisina de ese momento preciso (“los hijos de Marx y la Coca-Cola”, según un aforismo que esta película popularizó), y de los actores, que nunca llegan a ser de todo personajes, sino más bien ellos mismos, apenas con otros nombres, que Godard toma prestados de las fuentes más diversas, como el de su protagonista, Paul Doinel.