Disney tiene chiche nuevo y está dispuesto a usarlo hasta que el último de sus engranajes, el más pequeño de sus tornillos, cruja por el desgaste. No se trata de una flamante atracción en alguno de sus parques de diversiones, así como tampoco de un (otro) estudio o productora comprada a cambio de una torta de dólares. La novedad, la nueva joya incrustada en la corona del Ratón más famoso del mundo, es el concepto de multiverso. Si bien las hipótesis que afirman que existen universos diferentes que avanzan en paralelo al nuestro datan de hace miles de años –Wikipedia ubica las primeras referencias un par de siglos antes de Cristo en la literatura hinduista– y han sido una recurrencia en el universo del cómic, el Universo Cinematográfico Marvel, que opera bajo los mandatos del emporio del Castillo, pareció descubrirlo hace algunas películas. Entre ellas Spider-Man: No Way Home, donde el recurso funcionaba bárbaro. No es el caso de Doctor Strange en el multiverso de la locura, un pastiche de difícil digestión que lo utiliza para un “vale todo” que no puede sino confluir en un relato caótico, más caprichoso que el uso del VAR en el fútbol argentino.