El personaje de Jennifer López no tiene nombre ni apellido, pero sí un largo historial de pésimas decisiones. Durante la Guerra de Afganistán, en las horas de guardia en la torre de vigilancia de su base, observaba una y otra vez cómo un traficante sacaba armas como si fuera su casa. Dado que nadie decía nada, la anuencia de sus superiores era obvia. Ante eso, dos opciones: darse un baño de lealtad y honor a la bandera con bastones y estrellas denunciando la maniobra, o intentar morder una porción de la torta. JLo decide lo segundo, y termina operando como nexo entre un nuevo comprador y ese traficante latino de modos ostentosos y raptos de megalomanía dignas de los villanos de las excursiones de Arnold Schwarzenegger a la barbarie centroamericana durante la era Reagan. La mecánica de aquellas películas era simple: alguien secuestraba a su hija y/o pareja y/o pariente, y Mr. Olympia mataba a todos los malos para recuperarla(s). Mismo camino que ahora recorre esta madre para recuperar a su hija.