Lo que siempre se dijo del Macbeth de Roman Polanski es que era eso, o el suicidio. En 1969 la “familia” Manson había asesinado a cuchilladas a la mujer de Polanski, Sharon Tate, que portaba un embarazo casi a término. Tras eso, el realizador de El bebé de Rosemary, a quien esa película había elevado en 1968 a la triple cima del éxito, la consideración artística y la popularidad, se retiró del cine. Volvió dos años más tarde, con lo que a la larga sería la primera de su larga serie de adaptaciones de obras literarias y teatrales, muchas de ellas de autores consumados. “Si no hago correr sangre simbólica va a ser peor”, parece haberse dicho Polanski, y eso es lo que caracteriza la versión coescrita junto al dramaturgo Kenneth Tynan.