Si la película de Adam McKay era una sátira política bastante obvia sobre la mediatización de la política partidaria en la que resonaban los ecos de la Administración Trump, lo que dice, lo que grita Ámsterdam es lo mismo que surge de ojear cualquier portal informativo: guarda con los poderosos, cuidadito con quienes, en nombre del republicanismo y con muy buenos modales y formas, se quieren llevar puesto el sistema democrático para establecer un “Nuevo Orden”. Desde ya que no tiene nada de malo que una película establezca un punto de vista sobre la coyuntura. El problema es cuando ese deseo de opinar no es consecuencia de un camino narrativo previo, sino un conejo que se saca de la galera para darse ínfulas de importancia, tal como ocurre con Ámsterdam.