Con El libro de los jueces, Matías Scarvaci continúa, ahora en solitario, la línea iniciada por Los cuerpos débiles, documental codirigido junto a Diego Gachassin (2015). Abogado y mediador él mismo, en ambas películas Scarvaci analiza el funcionamiento de una Justicia que no es la que uno se imagina. Un abogado defensor de “pibes chorros” en el primero de los casos. En el segundo, dos jueces penales de garantías de primera instancia, que antes de emitir veredicto recorren cárceles de alta seguridad interesándose por el estado de las causas de los presos, a los que tratan con impensada familiaridad y deferencia. Dos jueces a los que lo que más les interesa no es la punición sino la resocialización de los condenados. Walter Saettone no parece un juez sino un rockero. Con pelo largo, barba y remera, Saettone en verdad lo es: toca la guitarra en un grupo de rock. Además es juez. Saettone visita a los presos de una cárcel de máxima seguridad, recuerda sus nombres y está al tanto de cada uno de los casos. Los trata como un igual, pidiendo permiso para entrar en las celdas. Unos años mayor que él, el doctor Alejandro David se comporta de manera semejante, sumándose incluso a actividades recreativas, como uno más. Contrariamente a la “pérdida de autoridad” que podría pensarse como derivada de estas conductas, los presos los tratan con enorme respeto, estrechando las manos de ambos en el momento del reencuentro. Se muestran dos juicios, uno por cada juez. Saettone concede la salida transitoria de un penado, que deberá llevar un rastreador electrónico, mientras que su colega no hace lo propio con otro, preso por asesinato, por más que haya mostrado buena conducta.