“Este mundo es de nosotros, los delincuentes”, le dice el Viejo Artaza a Bilbao, boxeador amateur a quien intenta convencer de que no nació para estar allí. “Allí” es una cárcel de máxima seguridad inidentificada, donde Artaza es el encargado de guardar el orden y la disciplina. El hombre no es “el poronga” sino algo así como el cacique de la tribu. Su ascendiente sobre los demás presos, su autoridad, el respeto y cariño que irradia, no son producto de la sumisión, la esclavización, el terror, sino de su condición de “viejo sabio”, de motivador incluso. Como si de un nuevo Borges, Calderón de la Barca o maestro zen se tratara, postula que “esto es un sueño”. “El chorro vive soñando con conseguir todo lo que quiere. Siempre quiere más, y a la larga todos terminamos acá”.