El director angelino Scott Derrickson ya había demostrado tener buen pulso narrativo para el género en El exorcismo de Emily Rose y la mencionada Sinister, dos películas con las que El teléfono negro tiene varios puntos de contacto. Una introducción donde, más que miedo, se respira un aire siniestro ubicuo, por ejemplo. Es el que emana la rutina de Finney (Mason Thames), a quien en el cole le pegan de lo lindo y en casa… también: papá enviudó hace un tiempo y cuando no está ocupado emborrachándose, faja a su hijo y a su hermana Gwen (Madeleine McGraw). Y lo hace con una crueldad inusitada en estos tiempos lavaditos, congestionados de películas y series que, siguiendo la huella de Stranger Things, limitan los descubrimientos infanto-juveniles a cuestiones como la amistad y el amor. Las referencias iniciales para Derrickson no pasan por las fábulas del producto estrella de Netflix, pues lo suyo está más cerca de It. Que la acción transcurra a fines de los ’70, en el interín de los dos periodos temporales que abarca la novela de Stephen King, abona esa filiación, así como también el hecho de que una de las escenas culminantes parezca un calco del primer secuestro.