Acción trepidante. Para descostillarse de risa. Un ritmo frenético. Adrenalina desde el minuto cero. Tren bala, nuevo trabajo del director David Leitch, es una de esas películas que se ven como si en la pantalla estuvieran sobreimpresas todas esas frases, llenas de lugares comunes, que después aparecen destacadas en los afiches promocionales. Una de esas en la que no importa demasiado lo que pasa, sino cómo se lo muestra. Porque, al contrario de lo que decía el estribillo de “Balada para un gordo”, aquella canción clubdelclanesca popularizada por el dúo Juan y Juan a comienzos de los ’70, acá la pinta está muy lejos de ser lo de menos. Se trata, en cambio, de una búsqueda que el director consiente en llevar hasta las últimas consecuencias. Tan poco importante es la historia que se cuenta, que sus propios responsables se permiten revelar en el tráiler algunos detalles que la película se ocupa de escamotear casi hasta el final. Después no vengan por acá a hablar de spoilers. Ejemplo perfecto de cine calcado, Tren bala quiere tener los diálogos afilados e inteligentes del Tarantino más parlanchín, aquel capaz de esconder una charla profunda en una discusión de apariencia frívola, convirtiendo a la cultura pop más banal en una fuente de sabiduría. Sin embargo, apenas consigue que un puñado de intercambios se destaquen en el vendaval de su verborragia. La película también se autopercibe capaz de convertir a la violencia más cruda en un recurso eficaz para alimentar el humor físico. Y en ocasiones lo consigue. Pero la mayor parte del tiempo se parece más a un catálogo de acrobacias coreografiadas con precisión mecánica, que a un relato donde el progreso de la acción decanta en la acumulación de peso dramático. Algo que no ocurría en películas como Sin control (John Wick, 2014) o, en menor medida, Atómica (Atomic Blond, 2017), ambas también dirigidas por Leitch, pero en donde el fin y los medios alcanzaban un mejor balance.