Reconocido maestro de clown, fundador de Espacio Aguirre, semillero de intérpretes del género, y creador de obras memorables como Top, top, top!, Ilusos, Elemental, Allegro ma non troppo, Amargo dulzor y Aguas, entre muchas otras, Marcelo Katz está de vuelta con Gaspet, un unipersonal que escribió junto a su socio creativo Martín Joab, a cargo de la dirección. Katz da vida a un artesano constructor de máscaras, un oficio que heredó por tradición familiar: cinco generaciones dedicadas a crear estos objetos que tienen el poder de impactar en el cuerpo, la voz y la emocionalidad del actor. De algún modo imaginario, él sigue escuchando las voces de sus antepasados que, desde el más allá, ejercen algún tipo de control. Desde el comienzo, Katz captura la atención del público con su personaje de presencia hipnótica: hay algo en esa voz grave como venida de otro tiempo, en el hablar pausado sin premuras, en el delantal amplio típico de los artistas antiguos, en su paso rastrero, en ese taller acogedor y poblado de máscaras, cada una con una expresión y una cualidad propias. El mismo protagonista luce una de rasgos contundentes: nariz aguileña, frente amplia y cejas peludas, coronada por una cabellera abundante. Se dirige directamente al público, no hay cuarta pared y le transmite secretos de un trabajo que encara con pasión y exigencia en busca de la mejor calidad. Enseguida el humor se cuela con los juegos de palabras, con los cambios de ritmo, con una energía que le brota súbitamente por el entusiasmo que le genera su profesión, por la forma en que hace participar al público haciéndole preguntas sobre este oficio nacido de la observación, y que abarca todo un proceso: tallar, modelar, pintar, retocar, lijar. El personaje está totalmente fascinado por la transformación que cada máscara genera en quien la porta, y tiene una relación sensorial con ellas al punto de que se da cuenta cuando una máscara está lista para ser entregada a su dueño cuando siente la vida latir en ella, sin necesidad de retocar nada más.