Cineasta extremo en sus propuestas y, como tal, capaz de despertar amores y odios en partes iguales, Gaspar Noé ha construido una obra que orbita mayormente alrededor de las peores facetas del ser humano. Sus personajes, casi sin excepción, se caracterizan por ser encarnaciones perfectas de lo siniestro, de una idea de maldad por la maldad en sí misma que los atraviesa de punta a punta y con la que el realizador nacido en la Argentina y radicado en Francia parece comulgar no sin cierta dosis de goce y placer. Ese estilo ha hecho del visionado de sus películas un acto incómodo, tortuoso y profundamente contradictorio, pues su mirada del mundo adquiere forma a través de un lenguaje pleno de ideas originales y creativas, a veces incluso cargadas de una proverbial belleza formal.