Karin Dreijer es una artista que no sólo cree en el poder político de la música sino que también lo materializa. Debe ser porque su irrupción en la escena se produjo a mediados de los '90, durante el auge del “terrorismo cultural”, un accionar político con el que el arte interpelaba a su época y luchaba por el derecho a la interpretación social. Eran tiempos de la Batalla de Seattle, del movimiento antiglobalización y de la llamada de atención de la avanzada ecologista. Si un referente de ese modelo, el artista británico Heath Bunting, suele basar su obra en la creación de sistemas abiertos y democráticos mediante la modificación de las tecnologías de la comunicación, la cantante, compositora y productora sueca encontró en la canción de sustancia pop una vitrina para levantar la bandera para la política socialista, feminista y de género. Sin embargo, antes que elegir quedarse fuera del sistema, ella prefirió infiltrarse.