La infancia de Sasha no es sencilla, sobre todo en el ámbito público y, particular e intensamente, en la escuela. Poco antes de cumplir tres años le dijo a su madre que, cuando creciera, quería ser una niña. Ahora Sasha, a quien todos en su familia reconocen como una chica encerrada en un cuerpo de varón, tiene ocho años y las dificultades de aceptación por fuera del grupo familiar comienzan a dificultar el disfrute de la infancia. Ese “ahora” es el delimitado por los meses de rodaje de Una niña, el documental del experimentado realizador francés Sébastien Lifshitz estrenado en el Festival de Berlín a comienzos de 2020, semanas antes del comienzo de las cuarentenas mundiales. Un presente que es bisagra en el futuro de la protagonista, obligada a vestirse como un hombrecito en la escuela de su pequeña ciudad, libre de jugar con muñecas y usar pollera en la intimidad del hogar.