Se presentó un Real Madrid desfigurado, que entregó la pelota, el control, los espacios, la ambición, la casta, para refugiarse en un comportamiento especulativo y austero propio de un equipo impersonal, temeroso, sin ideas. Para olvidar. Con su mejores individualidades -Modric, Vinicius, Benzema, Asensio- más preocupados por achicar que por crear, por reducir que por ampliar. Hacía tiempo que no se veía un Madrid tan desdibujado. Son tiempos donde sobrevivir está de moda. Por su parte el París Saint Germain no hizo mucho más. Obligado a ir en busca del partido por exigencias del guión y de un adversario que se lo regaló desde el primer minuto, se encontró con un presente sin mucha convicción. Sin creérselo, desconcertado, sin precisión, a los tumbos. Con su generosa obsesión por la posesión del balón, por la creación de espacios, por la siempre sugerente convicción de querer la pelota en los pies, para que haga kilómetros, para que adelgace; pero sin profundidad, generando pocas sorpresas. Con Messi y Di María intrascendentes.