Ringo les pertenece a todos o casi todos. Y lo recuperan culturas diferentes: su nombre y su leyenda convocan a los viejos, los jóvenes, los tangueros, los rockeros, los murgueros de Parque Patricios y hasta las tribus lejanas del heavy metal. Lo veneran hasta quienes no lo conocieron porque nacieron treinta años después de su partida. Acaso porque representa una porteñidad en extinción. O porque a la hora de la verdad, con todo el país mirándolo, puso el cuerpo, fue más allá de su coraje y con tal de ganar, no le importó perder por nocaut ante Muhammad Alí, en la irrepetible noche del 7 de diciembre de 1970.