Da toda la sensación que en España no puede filmarse una película o serie dramática con aspiraciones de masividad sin incluir en la trama una enfermedad terminal o alguien sumido un coma profundo, como si el único camino para movilizar las cuerdas internas del espectador fuera arrancando lágrimas a fuerza de primeros planos de gente llorando con una melodía estridente de violines de fondo. Live is Life –título homónimo al tema del grupo Opus contemporáneo a la época en la que transcurre la acción– apela, a falta de una, a las dos variables, cuestión de justificar el motivo por el que el catalán Rodri (Adrián Baena) se escapa de la casa de sus abuelos en Galicia, donde pasa sus vacaciones, para ir con sus amigos en busca de una flor con supuestos poderes curativos. No lo hacen un día cualquiera: son las vísperas de la noche de San Juan, la festividad cristiana en honor al nacimiento de San Juan Bautista y, como un tal, un evento cargado de rituales para la renovación espiritual. Los chicos no escapan a los estereotipos: está el gordito simpático y locuaz tímido con las mujeres, un flaquito vagoneta de buen corazón, el mencionado Rodri, que tiene su papá en coma hace un mes y ahora se arrepiente de haberlo tratado mal, y dos hermanos gallegos, uno de ellos recién salido del hospital a raíz de un tratamiento contra el cáncer, lo que no le impide correr, saltar, hablar, gritar y moverse como si la quimio hubiera sido una extracción de sangre.