Estrenado en la Berlinale a comienzos de 2020, Mare, tercer largometraje de la realizadora suiza Andrea Staka –cuya ópera ópera prima, Das Fräulein, ganó el Leopardo de Oro en el Festival de Locarno en 2006– se propone como un drama de corte íntimo marcado por las frustraciones personales. El hecho de vivir tan cerca de un lugar de tránsito hacia otros lugares del mundo es por cierto irónico: Mare jamás voló y su único viaje a otro país, Suiza, durante la juventud, se vio interrumpido por la necesidad de regresar junto a su padre y madre campesinos. Entre lavados de ropa, retos al hijo adolescente por su mal desempeño y comportamiento en la escuela y encuentros sexuales algo rutinarios con su marido, la protagonista encuentra en un trabajador temporal polaco el origen de una resurrección del deseo, que parecía sepultado bajo las responsabilidades como madre y esposa. El guion no transforma ese purgatorio usual y corriente en una diatriba contra el patriarcado y, si bien el punto de vista es siempre el de ella, puede advertirse que los otros personajes también tienen que lidiar con sus propios conflictos y anhelos insatisfechos.