Ema sonríe al ver un potrillito, y sus padres ríen, lloran y se abrazan de emoción. Se entiende: es la primera vez que una sonrisa aflora a los labios de su hija. Acompañada a veces de un caballito de juguete, que funciona como su compañero fiel, Ema no habla, y en ocasiones se ausenta. Los médicos la han diagnosticado como autista, y ese diagnóstico parecería ser inapelable. Ella y sus padres, radicados en la capital de Santa Fe, tuvieron que mudarse a Cerro Hueso, un caserío situado al sur de la provincia. Es que nada menos que diecisiete escuelas no han aceptado a Ema, y solo en la de Cerro Hueso han sido lo suficientemente hospitalarios para recibirla.