Alguna vez habría que hacer un censo de cuántos son los personajes en la historia del cine a los que, estando a las puertas de su propia muerte, alguna clase de milagro les brinda una segunda oportunidad, desde que George Bailey finalmente no salta del puente en ¡Qué bello es vivir! Dentro de esa lista se encuentra Paolo, el protagonista de la italiana Pequeños momentos de felicidad, de Daniele Luchetti. Acá el director romano toma prestada una serie de recursos y elementos que estaban presentes en la película de Frank Capra, con intenciones muy parecidas. Esto es: darle forma a un relato de alto octanaje emocional, al colocar al protagonista en una situación extrema que lo obliga a realizar alguna clase de racconto y/o balance vital, con el propósito de conseguir lo que se conoce popularmente como “una película inspiradora”. Todo eso forma parte de esta propuesta. La película también adhiere a otros modelos genéricos del cine. Por ejemplo, forma parte de aquellas que retratan la vida pueblerina italiana y que, por lo general, transcurren en pequeñas ciudades o pueblos ubicados en las regiones insulares al sur de la bota mediterránea. Gran parte de la obra de Giuseppe Tornatore pertenece a este grupo, del que también forma parte Pequeños momentos de felicidad, cuyas acciones tienen lugar en la ciudad de Palermo. Luchetti explota fotográficamente el encanto paisajístico y arquitectónico de la capital siciliana, dándole por momentos ese aire de explotación turística que suele lastrar a muchas de las películas rodadas en Italia, incluso producciones extranjeras, que ambientan sus historias ahí para aprovechar la calidez de sus territorios y habitantes.