En el cine el alcohólico ha sido tratado siempre de modo sensacionalista, con adictos que sufren delirium tremens, o están en fase terminal. El protagonista de La sed se halla en cambio en instancias de recuperación, por lo cual es posible conocer el día a día de un alcohólico grave, ya que el protagonista (y un grupo de amigos) lo cuentan en detalle, recordando cómo era la vida cuando sufrían la enfermedad de forma aguda, y la cámara los sigue sin juicios ni prejuicios. El resultado es el retrato de un exalcohólico (aunque, al tratarse de una adicción, el prefijo ex es relativo), hecho por sí mismo sin tapujos. Juan Carlos vive con su esposa en Mar del Plata, y junto a ella atiende un negocio de bijouterie. Lleva una vida que puede considerarse “normal”, yendo todos los días al trabajo, una vez por semana a sesiones de Alcohólicos Anónimos, y vive en una bonita casa con jardín. No siempre fue igual: pasó cinco años en la calle a los veintipico, robó, estuvo dos años en prisión y otros dos en una clínica psiquiátrica. Tuvo comportamientos violentísimos (“se convertía en un monstruo”, atestigua su esposa), como el día en que prácticamente rompió todo el local, amenazando y golpeando a su pareja, por ejemplo con una patada en el cuello. Se tomaba hasta los perfumes de su compañera. A pesar de todas las dificultades esta le tuvo paciencia, confió en él y finalmente un día Juan Carlos decidió dejar ese infierno, manteniéndose prácticamente abstemio desde entonces.