Para el año 1937, Stan Laurel y Oliver Hardy habían alcanzado el pináculo de su carrera”, dice una placa al comienzo de Stan & Ollie, y uno piensa: entonces lo que viene de ahí en más es decadencia. Y recuerda la afición morbosa de los biopics recientes sobre grandes glorias del espectáculo (Ray, Walk the Line, La vie en rose, Judy) por patear al caído. Y se prepara para lo peor. Por suerte, nada que ver. Si bien Stan & Ollie los muestra en su descenso, ese descenso es suave como una colina. El realizador escocés Jon S. Baird deja ver, a lo largo de los 98 minutos de metraje, una suavidad semejante hacia sus héroes, un cariño que hace tiempo no se veía entre demiurgo y personajes. La película acompaña, protege, contiene sin una sola recaída a quienes aquí conocemos como “El Gordo y el Flaco”, evitando todo golpe bajo, toda especulación, toda sensiblería. Stan & Ollie quiere sin aflojar la cincha ni un instante a quienes durante el primer lustro del cine sonoro supieron ser el dúo cómico más popular del mundo. Generosa, la película de Baird se hace una con sus personajes. Y no sólo los protagonistas.