Un anciano va y viene por su hogar, un departamento amplio. Está solo y no sale nunca. Va de ambiente en ambiente, juega con su gato, se sirve una bebida (y otra, y otras más), busca discos que nunca pone, cocina, se asoma a las ventanas, revuelve los armarios y las bibliotecas, acomoda o desacomoda distintos objetos, se mira al espejo. La tele siempre está prendida, aunque nadie la mira. ¿Qué busca, qué quiere, qué ve? Únicamente camina, camina, camina y, sobre todo, habla: solo, por teléfono, por el portero eléctrico. ¿Con quién? Lee en voz alta cartas, libros, cuadernos de notas viejos, como si necesitara oírse. Sin embargo, como el árbol que cae en el bosque cuando nadie lo ve, si un hombre habla en su casa estando solo, ¿habló en realidad? Será que tal vez hablar equivale a burlar la soledad y entonces el sonido de la propia voz resonando en la casa vacía se convierte para ese hombre en una prueba de vida necesaria y urgente. Hablo, luego existo.