Nada más verle la cara a Angelo Izzo para darse cuenta de que no hay nada en él que haga honor a su nombre. Por si hace falta más, basta presenciar el momento en que aterroriza a una chica en la calle, por la simple razón de que no saludó cálidamente a su hermano menor. Basada en la novela homónima de Edoardo Albinati, testigo indirecto de los hechos, La escuela católica recrea la llamada Masacre de Circeo, donde tres estudiantes de un colegio religioso secuestraron, drogaron, golpearon y violaron reiteradamente a dos chicas adolescentes. Podría pensarse que nada hace prever un desenlace digno de La naranja mecánica o de Funny Games, de Michael Haneke, y sin embargo, si se mira con atención se advertirá que las semillas del horror están plantadas por todas partes, en los dos primeros actos del film dirigido por el romano Stefano Mordini. No hay violencia en los educadores, pero sí la hay, de distintas formas, entre los padres de los alumnos. Está el que castiga a su hijo a cinturonazos por haber cometido una infracción, el padre ausente, el que oculta su homosexualidad, la madre que tiene una relación sexual con un compañero de su hijo. Hay violencia en la época (1975, tiempo de las Brigadas Rojas y de neofascismo en la sociedad italiana) y hay violencia indirecta, cuando uno de los padres elude una posible sanción a su hijo, haciendo alusión a los fuertes donativos que hace todos los años al colegio. El alumnado es de buena posición, y la escuela es de varones solos. Tal vez sea por eso que la historia termina como termina. O quizás si el colegio fuera mixto habría pasado lo mismo. Femicidios hay en todas partes. Y crímenes de clase también: las dos víctimas viven en un barrio que para estos chicos de último año de la secundaria es pobre. “Son un pedazo de carne”, según Angelo. Una placa final hace saber que en ese momento el estupro no era considerado un crimen contra la persona en Italia, sino contra la moral pública. Fue a propósito de este caso que se reformó la ley… veinte años más tarde.