Los géneros suelen ser marcos de referencia muy útiles a la hora de ver, pensar o discutir acerca de algunas películas, construidas a partir de las diferentes reglas que los moldean. Otras veces, sin embargo, pueden convertirse en trabas, corrales demasiado acotados para contener a ciertas obras que, por distintos motivos, exceden los acuerdos y fronteras que aquellos establecen. Esto último ocurre con Pearl, segunda pieza de un díptico que comenzó con X -ambas estrenadas durante 2022, en un lapso de 6 meses-, en cuyo drama pueden identificarse con claridad los códigos propios del cine de terror, pero a la cual definirla solo como tal equivaldría a comprimirla dentro de un corsé narrativo tan incompleto como injusto.