Fue un partido histórico, inolvidable, atrapante, casi perfecto. Hasta la primera hora de juego, todo estaba bajo control del París Saint Germain que, con altísimos niveles individuales y un colosal Kylian Mbappe, le ganaba 1 a 0 al Real Madrid con un gol de contraataque del propio Mbappé a los 39 minutos de la etapa inicial y en pleno estadio Santiago Bernabeu y lo superaba en todos los aspectos técnicos, tácticos y emocionales. Pero el fútbol es imprevisible y por eso tan incomparable. A los 16 minutos del segundo, el arquero italiano Gianluigi Donnaruma cometió un error clamoroso: perdió en su área una pelota que quiso salir jugando y Karim Benzema anotó un empate que nadie esperaba. A partir de allí, el Real se agigantó y el PSG se empequeñeció hasta límites impensados. Nadie pudo sostener más la pelota. Ni siquiera Lionel Messi, que jugando más como enganche que como delantero venía teniendo una muy buena noche. Nadie se sobrepuso a la equivocación del arquero. PSG se cayó en un pozo y ya no se pudo levantar.