El cine de terror es como el heavy metal: el rock (o el cine) podrán estar muertos, pero ellos gozan de buena salud. Más allá del aire de familia que une a ambos géneros desde que Black Sabbath le dio vida a esa pesadilla musical, hace 53 años, sus públicos comparten un carácter comunitario. O de secta, figura más adecuada para definir la relación fervorosa que los liga a los artistas y las obras, haciendo posible que le escapen a las generales de la ley (del mercado). Por eso siguen siendo legítimos canales de expresión de angustias juveniles. También por eso las películas de terror todavía se estrenan en salas, aun las que no son buenas, sin que los superhéroes logren expulsarlas como hicieron con el resto de la producción cinematográfica. Y cada tanto aparece una que, con un par de buenas ideas como estandarte, consigue apuntarse un éxito no solo comercial, sino como retrato de su generación. En 2023 esa película es Háblame, ópera prima de los australianos Danny y Michael Philippou.