En su ópera prima Mamá Mamá Mamá, Sol Berruezo Pichon-Rivière apuntaba la cámara con sensibilidad hacia un grupo de niñas y púberes durante un día de verano, reflejando códigos y vínculos. Con Nuestros días más felices, la joven realizadora argentina (aún no cumple 30 años) construye una película diversa en más de un sentido, pero que comparte en gran medida el interés por retratar las relaciones familiares. Los protagonistas son tres: Agatha, una mujer que está a punto de cumplir 74 años, y sus hijos Leónidas y Elisa. Leónidas, que anda por los treinta y pico, se quedó a vivir con su madre, en una relación simbiótica y demandante, por momentos incluso asfixiante, mientras que Elisa decidió hace tiempo dejar la ciudad costera natal para buscar bien lejos otros horizontes. Agatha disfruta de los cortes de pelo de su hijo y del “champagne” –palabra que pronuncia no sin cierta afectación– luego de la cena, pero un vahído la hace visitar al doctor de toda la vida, prólogo de una enfermedad que se intuye agresiva.