El viejo y querido whodunit está más vivo que nunca. Proveniente de la novela policial, el término hace referencia a aquellos relatos centrados en crímenes, ocurridos generalmente en ámbitos cerrados como trenes, barcos o mansiones, que presentan un número finito de sospechosos y que el detective o investigador de turno, casi siempre excéntrico, deberá resolver a fuerza de lógica, paciencia e inteligencia. El cine ha recurrido a él en innumerables ocasiones, desde Alfred Hitchcock hasta las decenas de adaptaciones de clásicos –la última de ellas, Muerte en el Nilo, estrenada en la Argentina en febrero de este año– de la ama y señora del género, Agatha Christie. La escritora y dramaturga británica sobrevuela no solo en espíritu los poco más de noventa minutos de metraje de Mira cómo corren. También aparece como personaje y sospechosa del asesinato de un afamado director norteamericano, el mismo que ultimaba detalles para filmar la versión cinematográfica de una obra basada en un libro de…. Agatha Christie. Esa obra se llama La ratonera y ostenta el récord de mayor permanencia mundial en cartel, con presentaciones continuas en las tablas de la capital inglesa desde su debut, en 1952, hasta la llegada de la pandemia de Covid-19. “Una vez que viste un whodunit, viste todos”, dice la voz en off un tanto sobradora –igual que la película– de Leo Kopernick (Adrien Brody) poco antes de que la cámara ingrese al teatro londinense donde se llevan adelante las funciones. Esa frase puntea las intenciones metadiscursivas de un policial que, más allá la cuota de suspenso inherente a la resolución de un enigma, no descuida el humor ni la consciencia de su largo linaje previo, como si el realizador Tom George y el guionista Mark Chappell hubieran querido homenajear al género poniendo en marcha sus engranajes para observar muy de cerca cómo funcionan. Y decírselo en la cara al público a través del recurso de romper la cuarta pared.