Tal vez lo más extraño de este film de origen griego sea que toca tópicos habituales en el cine de terror, pero no hay nada más lejano en él que la intención de asustar. A su protagonista le sangran los ojos, hay operaciones practicadas sin instrumentos, sanaciones con las manos, alguna magia, un bebé que nace ahogado por culpa de la espina dorsal de un pescado, que tenía atragantada. Todo eso sucede con la mayor naturalidad, por la sencilla razón de que su protagonista presencia o experimenta todo eso con la mayor naturalidad. Como Carrie o alguna de sus émulas -todas adolescentes, como ella-, la heroína de Holy Emy tiene poderes paranormales que ella y el círculo que la rodea experimentan con la mayor naturalidad, no como extrañeza o freakismo o superpoder. Mucho menos como sobrenatural (“Dios y el Diablo no existen”, dice una suerte de gurú, “sólo existe el ser humano") ni tampoco con voluntad de hacer daño a alguien, como prescribe necesariamente el cine de terror.