Casi inmediatamente después del pitazo final que el miércoles decretó la derrota y la eliminación de la Selección Argentina del Mundial Sub 20 a manos de Nigeria en San Juan, la cátedra futbolera, cruel y exitista como pocas, concentró su artillería en la figura del técnico Javier Mascherano. Más que los errores que pudo haber cometido en el planteo del partido, le reprocharon no haber sabido o podido aprovechar la condición de local y no haber sabido o podido armar un equipo que se impusiera al planteo eminentemente físico que desarrollaron los nigerianos. Tal vez nunca llegue Mascherano a ser como técnico lo que fue como jugador, acaso jamás se convierta en un gran estratega. Pero es prematuro afirmarlo. Sobre todo, porque su carrera como entrenador recién ha comenzado. "Antes de volver (al cargo) hablamos con 'Chiqui' Tapia y le dije que mi renuncia iba a estar todos los días en su escritorio. Cuando quiera y sienta que no soy indicado, me voy a casa y no hay problema. Mientras él crea que tenga que seguir, aquí estaré" dijo Mascherano poco después de consumarse la eliminación. La enorme espalda que logró como jugador, con cuatro Mundiales jugados para la Argentina, le permitió absorber la frustración de enero en Colombia. Pero quizás le resulte insuficiente para sostenerse luego de esta nueva patinada.