Entre muchas otras cosas, Retratos del futuro es la historia de un documental trunco: aquel en el cual Molina estaba enfrascada, varios metros bajo tierra, durante los últimos años del macrismo. Un film sobre las luchas laborales de los trabajadores del subte que se vio súbitamente abortado por la llegada de la pandemia. Así, en rápida sucesión, se acumulan reportes audiovisuales de la rebelión chilena de fines de 2019 y los terribles incendios en Australia a comienzos de 2020, antesalas periodísticas de los inminentes aislamientos y protocolos. Algunos meses después del comienzo de la pandemia, Molina declara que en su barrio, Belgrano, las cacerolas piden por el fin de la situación de encierro. La queja se liga a una somera descripción de las clases sociales (“el darwinismo es el espíritu del capitalismo”, afirma otra placa) y a la aparente falta de empatía. Más tarde, la realizadora hará explícitas sus propias contradicciones, cuando afirma que ama la ciudad de Nueva York a sabiendas de que es la ciudad-símbolo de muchos de los males del mundo.