Para el imaginario cromático del jazz, el blue, el azul, es un color recurrente. Basta pensar en Kind of Blue, uno de los grandes discos del género, o en Blue Note, el mítico sello discográfico que marcó el gusto de generaciones de melómanos en todo el mundo. Para no hablar de las infinitas versiones de temas ya clásicos como “Afro Blue” y “Blue Moon”, por ejemplo. Sin embargo, en este rincón del planeta el blue suele ser un problema para el jazz. Y no por una cuestión de tonalidades, sugestiones u otros simbolismos, sino más bien de terrestres cotizaciones: pensar en impulsar un evento de jazz internacional, aquí y ahora, es hacer las cuentas con el “dólar blue” y la dinámica de sus especulaciones. Algo así como tener una piraña en el bidet.