Una lluvia de granizo cae sobre Buenos Aires y alrededores. La precipitación dura veinte intensos minutos y se vuelve memorable por el tamaño de las piedras de hielo, de hasta diez centímetros de diámetro. Las piedras abollan autos y rompen vidrios. En los días posteriores, los talleres mecánicos se abarrotan de clientes que quieren que les saquen los bollos de sus vehículos. Se abre un debate: los seguros no cubren daños por granizo.