Ella es una joven de 17 años y quien no responde el teléfono es su hermano Mateo, que desde la muerte de su madre ha estado ausente. Dado que el paradero de ese chico es una incógnita, ella viaja hasta un pueblo perdido en medio de la selva misionera, justo en el límite con Brasil, para reconstruir sus últimos pasos e intentar dar con él. La lejanía y las dificultades para recorrer los caminos barrosos serpenteantes son los primeros problemas de su visita. Pero no lo últimos, pues Emilia no tiene idea de dónde vive su hermano ni muchos menos por dónde empezar a buscarlo. Apenas hay algunas pistas sueltas, pequeñas migas que no alcanzan para marcar las huellas de un camino posible. Al menos debe “agradecer” que su tía Inés, si bien no parece muy contenta de verla, acepte hospedarla en su casa/hostel, mismo lugar al que llega una joven brasileña cuya piel tersa y oscura opera como interruptor que permitirá la circulación de un incipiente deseo sexual.