Si hubiera que elegir a un cineasta como líder de la gran explosión que vivió el cine surcoreano en el siglo XXI, debería ser Park Chan-wook. Y habría que ir hasta 2003, al estreno de Old Boy, para encontrar el ground zero de aquel estallido. Es cierto que había otros directores y películas (Bong Joon-ho estrenó ese mismo año su segundo trabajo, la también imprescindible Memorias de un asesino) y que incluso el propio Park tenía varias películas previas. Pero Old Boy fue la que terminó de llamar la atención de forma masiva sobre un puñado de títulos y una generación de directores a los que valía la pena prestarles atención.