“¿No reconocés el tema? Es el leit motif de la película”, le dice un impávido Adam Driver a un aún más impávido Bill Murray, tras poner en la radio del patrullero un CD con el tema “The Dead don’t Die”, del cantante country Sturgill Simpson. Si bien no hay film de Jim Jarmusch que no tenga la levedad de una comedia, Los muertos no mueren es la comedia “más comedia” del autor de Más extraño que el paraíso (1984) y Bajo el peso de la ley (1986). En el pueblito de Centerville es de noche pero sigue siendo de día (o viceversa), los animales desaparecen y la televisión reporta una serie de “vibraciones lunares tóxicas” (sic). Los vecinos andan alterados, aunque el sheriff Cliff (Murray) y su ayudante Ronnie (Driver) no pierden su expresión absorta. Ni siquiera cuando descubren los primeros cadáveres eviscerados, en el restaurantito que está a la entrada del pueblo. Para tratarse de un minimalista, Jarmusch es curiosamente acumulativo. Hay un ermitaño roñoso que desde su casucha en el bosque observa todo con largavistas (Tom Waits), una empleada de funeraria que habla con un acento como alemán pero reza en japonés, y decapita no-muertos de a decenas con su katana (enésima caricatura de una Tilda Swinton de largo cabello blanco, como la novia de un famoso film de género hongkonés), un granjero racista (Steve Buscemi, con una gorrita en la que se lee “Let America Stay White”) y otro negro (Danny Glover, el único personaje no tamizado por la sátira), un típico “comiquero” y Selena Gómez y dos hípsters aparecidos por ahí. Y hay extraterrestres, faltaba más.