Hay dos maneras de filmar el confinamiento. Una consiste en inventarle una ficción al encierro, como sucedió recientemente en más de una ocasión, sobre todo de films colectivos en episodios. En esos casos se intentaba “disimular” la condición de encierro, lo cual no lleva por buen camino, o se usaba extensivamente el zoom, que es lo más parecido a un cuadro cinematográfico o a una pantalla dividida. Se lo usaba, pero no se hacía de él el mundo mismo a filmar. En otros casos se ha hecho del aislamiento preventivo y la comunicación a distancia (por audio, whatsapp o plataformas) el tema y la forma misma de las películas. Es lo que sucedía con Language Lessons (Natalie Morales, 2021), donde todo lo que hay es una profesora de castellano y su alumno, comunicándose a un lado y otro de la pantalla; en la extraordinaria Veladores (2021), donde la realizadora paraguaya Paz Encina -que acaba de estrenar Eami en el Malba (ver crítica aparte)- logra narrar nada menos que la historia reciente de su país con una única pantalla dividida en muchas, y la tercera es ahora Apuntes desde el encierro, donde la realizadora Franca González (Liniers, el trazo simple de las cosas; Miró, las huellas del olvido) se filma a sí misma, entre las cuatro paredes de su departamento, eventualmente acompañada de fantasmas amigos.