“El detective bestia está de vuelta”, dice el aviso de Fuerza bruta en Corea, y pocas veces una frase publicitaria fue tan apropiada (tanto como el título de distribución en países hispanohablantes). Sólido y cuadrado como un bloque de cemento, el agente Ma es capaz de agarrar a un tipo y sostenerlo en el aire boca abajo, de apretarle los testículos a otro o de arrancarle la pistola (en sentido literal, no figurado) a un temible asesino, con el simple expediente de estirar la mano. Lo de él es la mano literalmente dura. En Corea, el agente Ma ya había protagonizado la película previa a ésta, Los forajidos, y protagonizará The Roundup (tal el título en inglés) parte 2, después del enorme éxito de ésta, cuyo estreno local tiene lugar al mismo tiempo que en el resto de Occidente. Fuerza bruta está regida por dos signos matemáticos: la multiplicación y la división. Multiplicación de personajes y de actores en el plano. La trama es intrincada. Hay un grupo de secuestradores, el secuestrado, su padre (que también es secuestrado), los guardaespaldas del padre, un estafador de poca monta que se volverá crucial y los policías, que son un montón. La película se presenta dividida en dos mitades, ocupada la segunda de ellas apenas por un par de secuencias, ambas de acción, que son las que rematan la trama. Una de esas secuencias, de unos quince minutos, es una persecución automovilística; la otra, que dura entre cinco y diez, el duelo final entre el “bueno” (si puede considerarse bueno al animal de Ma) y el malo, un despiadado cuchillero.