Lingui es una película hecha de miradas de soslayo, de dolor, de miedos, de secretos que las retorcidas callecitas de la aldea parecen reproducir. Pero también de decisiones drásticas, como la que tiene lugar en el rincón de uno de esos pasajes. “No te vi en el rezo de la madrugada”, advierte veladamente el imán local a Amina (Achouackh Abakar Souleymane), que carga con la condena social de ser madre soltera. Amina y un grupo de otras mujeres viven de una artesanía inédita, que Haroun reproduce con mirada documental. Sacan los cables de acero de las llantas de auto en desuso (la escena inicial muestra el esfuerzo físico y la diversidad de esforzadas habilidades manuales que Amina emprende en un depósito de ocasión) y con ellos e infinita paciencia hacen cestería, cargando de a tres canastos de distintos tamaños sobre sus cabezas. Con el producto de esa venta Amina está en condiciones de mantenerse, a ella y a su hija María (Rihane Khalil Alio). Pero María ha llegado a los 15 años, y a la inminente ablación se le suma el abuso cometido por un vecino anciano y “respetable”, que amenaza con poner a María en línea con la condena social sufrida por la madre.