El hombre de Toronto es una “comedia de acción” (así se presenta) deslucida, inverosímil aun dentro de su ilógica lógica narrativa y con dos protagonistas encorsetados por un guion no muy dispuesto a aprovechar la lengua viperina ni el cuerpo eléctrico de Hart, así como tampoco las aristas más desatadas y enloquecidas de Harrelson, un actor doctorado en la interpretación de personajes excesivos, desbordantes de burbujas. Difícil que una comedia (auto)limitada e igual de maniatada que su elenco llegue a buen puerto. Y si no llega, no se debe a una premisa trajinada, pues hay varios antecedentes de buddy movies –aquéllas en la una pareja despareja es obligada por las circunstancias a unir esfuerzos en pos de un objetivo en común– de notable eficacia cómica.