Desde Tiburón (1975) hasta la muy bizarra saga televisiva Sharknado, pasando por decenas de películas y series que transcurren en la inmensidad del océano, los escualos con apetito han sido uno de los grandes protagonistas del cine catástrofe. Lógico: son criaturas enormes y capaces de preludiar el terror con solo asomar una aleta a la superficie. En ese grupo se inscribió Megalodón, que hace cinco años le sumó toneladas de asteroides al clásico de Steven Spielberg para una fábula de supervivencia pasada de rosca. Y ahora llega una secuela en la que, como mandatan los tiempos, todo es más grande, ruidoso y espectacular, con un despliegue menos físico que técnico, con una pericia visual antes que narrativa.